Esa tarde de sábado se dio cuenta de lo lejos que estaba
aquello que tanta falta le hacía y ni si quiera sabía,
alguna vez se cruzo por sus sueños un hombre alto
que combinaba perfecto con el perfil que el espejo le mostraba.
Tenia sus labios grandes y sus brazos tibios,
una espalda ancha y las manos tan perfectas que costaba creerlo,
era como si alguien muy poderoso lo hubiera diseñado para ella
y se lo tuviera guardado bajo llave hasta esperar que estuviera lista.
Entonces decidió colocarlo lejos, muy lejos, tanto que era una ironía
hacerlo formar parte de los días y noches de ella,
encontrarlo sumergido entra sus pensamientos y bajo las pestañas,
decorar el espacio que han creado con la sola esperanza de verlo.
De entre la gente ahora se ha percatado lo absurda de algunas personas
y va por la vida comparando e imaginando su caminar por las mismas calles
sintiendo que algo falta para terminar su vida con la mejor de las sonrisas,
empezar siempre con la ilusión de verlo bajo el umbral de su ventana.
Tantas veredas en donde perderse y le siguen pareciendo tan desiertas,
esos espacios donde ha sonreído siempre le quedan debiendo algo,
como esperando ese último suspiro que le regrese de entre los muertos
y bailar bajo la lluvia o encima de una colina con las estrellas de testigo.
Equivocarse una y otra vez pero con alguien de la mano que te impulse
y te mantenga a flote sin importar cuanto cueste ni lo mucho que pese,
con la única condición de ser el uno del otro, ahora ya más maduros
menos tercos, más sensibles y capaces de ver en el otro su propio reflejo...
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