cuando a mitad de mi camino suena muy fuerte
dentro de mis audífonos la canción que me ha partido el alma
tantas veces por recuerdos o la intensidad de sus letras.
Así creo que sentimos nosotros los poetas, los locos
que le escriben al amor a las tantas de la madrugada
o los que venimos a rompernos en silencio
para después reconstruirnos y renacer con más fuerza.
Sin necesitar de alguien que nos lea pero esperando que lo hagan
como quien decide pintar un mural sin poner su firma
porque aun guarda la esperanza y la fe en la humanidad,
con el sol como testigo y esas calles que lo han visto colorearlas.
He disfrutado un montón de cosas pero nunca nada comparado
con las letras que fluyen siempre que decido darles vida
porque siempre tengo la certeza de tener algo que decirle al mundo,
porque siempre tengo la certeza de tener algo que decirle al mundo,
y busco la manera de no apagarme entre tanta intermitencia.
Y basta de sentirme a veces fuera de lugar (aunque tenga algo de cierto)
por lo mucho que me ha costado bajar la guardia para descansar un poco,
buscando siempre en las pequeñas cosas algo que me devuelva mi luz
aunque siempre ando por la vida encendiendo a otros.
Mis propias armas han cobrado una fuerza enorme a la hora de seguir
por las mañanas cuando el café no me es suficiente,
en los atardeceres que el frío se cuela por la puerta principal
y en las madrugadas que los dolores de cabeza se han vuelto infinitos.
Las infusiones de la abuela ya no surten efecto en mi,
los abrazos que alivian se han vuelto tan escasos
y mis manos siguen tan jodidamente frías
y mis manos siguen tan jodidamente frías
que resulta imposible calentar el alma dentro de aquella habitación.
Aun con todo esto también ha habido días despejados
en los que no hacen falta tantos abrigos y la ropa sobra,
en los que no hacen falta tantos abrigos y la ropa sobra,
que los pies descalzos entre la arena suena al mejor plan,
y el sonido de las olas rompiéndose son como terapia para el corazón...
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