lunes, 25 de noviembre de 2019

Ruta de escape

Que me he ido de cabeza en numerosas ocasiones
tratando de entender a las personas que fallan,
cuando a las 3 de la mañana no hay nadie de mi lado izquierdo,
ni esperándome bajo un puente con tulipanes rojos.

Desenredando todo esta maraña de sentimientos
que ahora yacen bajo una fría sonrisa a las 6 de la tarde

como esperando que si exista el arco iris al final del camino,
o poder arreglar los problemas debajo de unas sabanas blancas.

Trazando una ruta de escape por si la requiero un día cualquiera,
que me llegue el humo al cuello, y ya no pueda respirar
o que mis manos ya no tengan manera de memorizar una piel
y ese susurro que viene mientras divisas por la ventana el anochecer.

El reconocimiento de que hay algo más que solo aves de paso,
o trenes que nunca llegan a su destino o unen a dos amantes,
un café recién hecho que espera darle sentido a quien le necesite,
esos colores que se supone deberían iluminar la habitación.

Una mirada dispuesta a resolver los enigmas de la noche,
un abrazo que me abrigue los miedos y la incertidumbre,
esos labios que han estado esperado el momento exacto
cuando ya no hay punto de retorno y te avientas al abismo.

Esa locura que se disfraza de dulzura y ternura,
con la luna encajada en el armario
y sus destellos reflejados en las comisuras de su rostro,
la noche se ha vuelto nuevamente con su nombre.

Ya no hacen falta oraciones inconclusas ni tés para el insomnio,
ahora todo cobra sentido cuando es su nombre el que aclamo,
cuando mis manos dibujan la silueta de un cuerpo familiar,
sin siquiera lograr adivinar lo que vendrá después del quizás...





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