Siempre quise ser la que ganara después de una larga jornada
en que debajo de las sabanas se peleara una feroz batalla
con el cuerpo desnudo y los deseos a tope sin descanso
y en que de todo se pudiera rescatar nuestras manos acariciándonos.
Tantas luchas por ver quien prepara el café, o quien se ducha primero
cuando por la mañana nuestras ganas hacen que compartamos el agua caliente,
despertando siempre a la misma hora para que el tiempo nos alcance
y que el desayuno no sea lo único que nos una antes de empezar el día.
Aún con tanta prisa en la que vivimos siempre habrá tiempo para un beso,
una caricia que va desde la boca hacia el rose de los muslos que ya tiemblan,
mis manos queriendo recorrer desde la punta de tu nariz hasta ese espacio
que siempre esta como en espera de que lo haga mio y lo reconozca.
Que al terminar la semana los quehaceres de la casa cuando son compartidos
pesan menos, la rutina de ama de casa ya no es la misma desde que apareciste
porque después de tanto tiempo de espera, supe que había encontrado mi hogar
cuando desperté y te vi abrazado a mi cintura con esa sonrisa y los ¡buenos días!
Teniendo un montón de ideas para cuando creciera y sentara cabeza,
aunque suena tan absurdo que "sentar cabeza" signifique casarte y tener hijos,
siempre he tenido mi idea única de ser y hacer las cosas desde pequeña,
ahora comprendo que el lugar y estilo de casa es lo de menos.
Cada noche me voy a la cama con la idea de no poder quererte menos,
de ser mucho más que un absurdo contrato en que ambas partes aceptan
ser de todo y para todo el uno del otro, con tantas letras, infinitas
que lo menos que necesitamos es un papel para saber y aceptar todo eso.
Y de pronto las películas de amor que siempre vi ya no me resultan tan absurdas,
cierro los ojos y te siento cálido, a mi lado con nuestras manos entrelazadas,
a punto de colapsar de tanto amor, tanta pasión en una cama ya deshecha,
con la única intención de hacernos un poco más bonita la vida...
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