Debimos habernos conocido en otro siglo; cuando las muchachas salían a caminar en las tardes como esperando a su príncipe azul, cuando los hombres cortejaban a su amada llevándole rosas o tal vez invitándole al cine aunque esto significara que un chaperón tuviera que acompañarles.
Cuando un simple roce de sus manos hubiera significado una total y absoluta falta de respeto, y los vestidos con olanes eran parte del encanto que embriagaba a las mujeres, y los perfumes venían en envases totalmente distintos a los de hoy en día, y había toque de queda para cualquier permiso que implicara salir de noche.
Definitivamente hubiera amado poder perderme entre sus ojos cuando en medio de un discurso barato me hiciera saber lo bonita que estaba bajo la luz de aquel farol ya viejo, o que nuestra forma de comunicarnos fuera por medio de cartas que se entregaban a escondidas por miedo a que nuestros padres lo tomaran como una ofensa para con sus reglas.
Y bailar al compás de esa vieja música que hacía que la noche transcurriera lo más lento posible, y antes de dormir hablar con la almohada y contarle lo mucho que me gustaría besarle, ¿a qué sabrán esos labios con los que me habría hecho sentir la mujer más bonita sobre la faz de la tierra? ¿encajaran sus manos con las mías o es que acaso hay un espacio entre lo que tengo y lo que necesito para completar mi dicha?
Las rosas de la primera cita y los nervios de no saber que decir, como actuar, si mi cabello se ve mejor de un lado que de otro, supongo que simplemente hubiera preferido que el destino si me dejara por una vez ser feliz, que ese hombre que vislumbro a lo lejos como un ser tan único, testarudo, de mirada sexy y al mismo tiempo tierno, pudiera por una bendita vez haber sido mi "para siempre"...
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