sábado, 15 de septiembre de 2018

La noche

He andado taciturna bajo el umbral de la noche, aquella en que las almas se vuelven un poco más frágiles, grises y llenas de miles de recuerdos, mis pasos van dibujando un sinfín de formas extrañas que aun no logro descifrar, pero sigo andando con el propósito de volver a sentir la brisa que se cuela por mi ventana como anunciando la peor de las tempestades, he aprendido a convivir con el pasado invitándole una taza de café o una copa de tequila en el peor de los casos, divagando entre lo que he sido, y lo que me voy convirtiendo con el pesar de los daños, menos ingenua, torpe, con un montón de cicatrices, muchas historias del mismo corazón roto que se ha ido remendando innumerables veces, a cuenta gotas.

Mi cama se siente más fría de lo normal como queriendo que alguien más ocupe un vacío que se ha vuelto más visible en los últimos meses y por más que me llene de cobijas, o me cambie de posición, o lugar, es una ausencia la que me despierta a las mismas 4 de la mañana como recordatorio de que sigo sin un pedazo de mi alma, el insomnio por el que nunca tuve que preocuparme ahora me visita cada noche antes de dormir y se burla de mi silueta que no deja de danzar en torno a los recuerdos, a mis carencias y a todo lo que lo ha provocado.

Jamás volví a ver a alguien tan perfectamente loco, desordenado, con el humor hasta el cielo hacerme sonreír, acomodar cada una de las piezas que creí haber perdido tiempo atrás, y después dejar todo un caos ahora distinto pero con olor a viejo, estrujar el corazón tan fuerte como cuando lo tenía, y al momento de marcharse quedar peor, ya con su huella impregnada dentro.

Las calles de mi ciudad aún me gritan su nombre y aunque sigo sin verle ni por error, tengo grabado su  rostro, sus ojos, su barba, esos hoyuelos que se formaban al compás de su sonrisa, y los lugares que frecuentábamos indudablemente llevan un poco de él y otro más de mí siendo feliz a su lado.

Ahora ya no puedo pronunciar su nombre sin que mi pecho sienta una patada por dentro, sin que los latidos de mi corazón marquen el adjetivo con el que solíamos nombrarnos, ya no vivo esperando encontrármelo como por casualidad o en el peor de los casos para que termine de una vez por todas de sanar la herida.

Ya no escribo con la esperanza de que mis letras logren tocar su alma, o la de alguien más; lo hago porque siento que es la mejor manera de sobrellevar lo que todavía considero mi duelo.






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