Poder gritar todo lo que en ese momento se desbordaba desde mi interior, y sin embargo, opté por la peor de las cobardías: callar, me miraba como si tratara de entender cada silencio, y yo loca por su sonrisa sentía el rubor impregnado en todo mi rostro.
Fue en la noche, tiempo perfecto para que los amantes suelten uno que otro secreto que traen consigo con el pasar del día, como esperando que ese encuentro fortuito traiga consigo la tranquilidad de todo un día agotador (o toda una vida) dependiendo de que tanto haya transcurrido desde que las mentadas mariposas tocaron por última vez tu estomago, entonces lo recuerdas y lo vuelves a sentir.
Y con la simpleza de quien no lleva maquillaje, el cabello recogido y un sinfín de emociones desbordándose de entre los labios, cual chiquilla que apenas va descubriendo nuevos colores, texturas, siempre con la esperanza de que no se acabe todo esto que sin sospechar te re descubre vacilante.
Esa noche yo no era la misma chica que habría perdido la cabeza por el muchacho más popular que al fin la volteo a ver, porque ahora ya tenía el control de la situación (o al menos eso intentaba creer) cuando en medio del lugar volvía la mirada y seguía él mirándome, sin sospechar si quiera del bien que me hacía con tan solo estar cerca de mi, hablando de tonterías, absurdos que cada uno daba por sentado cuando lo único real ante todo, eran esas ganas de besarnos, de arrancarnos las entrañas con cada caricia que habíamos imaginado.
Ahora ya no se trataba solo de bailar o las sonrisas cómplices que anteriormente veníamos manejando, él me había confesado que desde antes merodeaba alrededor mío.
Decidí huir del lugar antes de que si quiera me pudiera invitar un trago o lo que se fuera dando, con la esperanza de un tal vez...
No hay comentarios:
Publicar un comentario