Debimos habernos conocido en otro siglo; cuando las muchachas salían a caminar en las tardes como esperando a su príncipe azul, cuando los hombres cortejaban a su amada llevándole rosas o tal vez invitándole al cine aunque esto significara que un chaperón tuviera que acompañarles.
Cuando un simple roce de sus manos hubiera significado una total y absoluta falta de respeto, y los vestidos con olanes eran parte del encanto que embriagaba a las mujeres, y los perfumes venían en envases totalmente distintos a los de hoy en día, y había toque de queda para cualquier permiso que implicara salir de noche.
Definitivamente hubiera amado poder perderme entre sus ojos cuando en medio de un discurso barato me hiciera saber lo bonita que estaba bajo la luz de aquel farol ya viejo, o que nuestra forma de comunicarnos fuera por medio de cartas que se entregaban a escondidas por miedo a que nuestros padres lo tomaran como una ofensa para con sus reglas.
Y bailar al compás de esa vieja música que hacía que la noche transcurriera lo más lento posible, y antes de dormir hablar con la almohada y contarle lo mucho que me gustaría besarle, ¿a qué sabrán esos labios con los que me habría hecho sentir la mujer más bonita sobre la faz de la tierra? ¿encajaran sus manos con las mías o es que acaso hay un espacio entre lo que tengo y lo que necesito para completar mi dicha?
Las rosas de la primera cita y los nervios de no saber que decir, como actuar, si mi cabello se ve mejor de un lado que de otro, supongo que simplemente hubiera preferido que el destino si me dejara por una vez ser feliz, que ese hombre que vislumbro a lo lejos como un ser tan único, testarudo, de mirada sexy y al mismo tiempo tierno, pudiera por una bendita vez haber sido mi "para siempre"...
viernes, 28 de septiembre de 2018
sábado, 15 de septiembre de 2018
La noche
He andado taciturna bajo el umbral de la noche, aquella en que las almas se vuelven un poco más frágiles, grises y llenas de miles de recuerdos, mis pasos van dibujando un sinfín de formas extrañas que aun no logro descifrar, pero sigo andando con el propósito de volver a sentir la brisa que se cuela por mi ventana como anunciando la peor de las tempestades, he aprendido a convivir con el pasado invitándole una taza de café o una copa de tequila en el peor de los casos, divagando entre lo que he sido, y lo que me voy convirtiendo con el pesar de los daños, menos ingenua, torpe, con un montón de cicatrices, muchas historias del mismo corazón roto que se ha ido remendando innumerables veces, a cuenta gotas.
Mi cama se siente más fría de lo normal como queriendo que alguien más ocupe un vacío que se ha vuelto más visible en los últimos meses y por más que me llene de cobijas, o me cambie de posición, o lugar, es una ausencia la que me despierta a las mismas 4 de la mañana como recordatorio de que sigo sin un pedazo de mi alma, el insomnio por el que nunca tuve que preocuparme ahora me visita cada noche antes de dormir y se burla de mi silueta que no deja de danzar en torno a los recuerdos, a mis carencias y a todo lo que lo ha provocado.
Jamás volví a ver a alguien tan perfectamente loco, desordenado, con el humor hasta el cielo hacerme sonreír, acomodar cada una de las piezas que creí haber perdido tiempo atrás, y después dejar todo un caos ahora distinto pero con olor a viejo, estrujar el corazón tan fuerte como cuando lo tenía, y al momento de marcharse quedar peor, ya con su huella impregnada dentro.
Las calles de mi ciudad aún me gritan su nombre y aunque sigo sin verle ni por error, tengo grabado su rostro, sus ojos, su barba, esos hoyuelos que se formaban al compás de su sonrisa, y los lugares que frecuentábamos indudablemente llevan un poco de él y otro más de mí siendo feliz a su lado.
Ahora ya no puedo pronunciar su nombre sin que mi pecho sienta una patada por dentro, sin que los latidos de mi corazón marquen el adjetivo con el que solíamos nombrarnos, ya no vivo esperando encontrármelo como por casualidad o en el peor de los casos para que termine de una vez por todas de sanar la herida.
Ya no escribo con la esperanza de que mis letras logren tocar su alma, o la de alguien más; lo hago porque siento que es la mejor manera de sobrellevar lo que todavía considero mi duelo.
Mi cama se siente más fría de lo normal como queriendo que alguien más ocupe un vacío que se ha vuelto más visible en los últimos meses y por más que me llene de cobijas, o me cambie de posición, o lugar, es una ausencia la que me despierta a las mismas 4 de la mañana como recordatorio de que sigo sin un pedazo de mi alma, el insomnio por el que nunca tuve que preocuparme ahora me visita cada noche antes de dormir y se burla de mi silueta que no deja de danzar en torno a los recuerdos, a mis carencias y a todo lo que lo ha provocado.
Jamás volví a ver a alguien tan perfectamente loco, desordenado, con el humor hasta el cielo hacerme sonreír, acomodar cada una de las piezas que creí haber perdido tiempo atrás, y después dejar todo un caos ahora distinto pero con olor a viejo, estrujar el corazón tan fuerte como cuando lo tenía, y al momento de marcharse quedar peor, ya con su huella impregnada dentro.
Las calles de mi ciudad aún me gritan su nombre y aunque sigo sin verle ni por error, tengo grabado su rostro, sus ojos, su barba, esos hoyuelos que se formaban al compás de su sonrisa, y los lugares que frecuentábamos indudablemente llevan un poco de él y otro más de mí siendo feliz a su lado.
Ahora ya no puedo pronunciar su nombre sin que mi pecho sienta una patada por dentro, sin que los latidos de mi corazón marquen el adjetivo con el que solíamos nombrarnos, ya no vivo esperando encontrármelo como por casualidad o en el peor de los casos para que termine de una vez por todas de sanar la herida.
Ya no escribo con la esperanza de que mis letras logren tocar su alma, o la de alguien más; lo hago porque siento que es la mejor manera de sobrellevar lo que todavía considero mi duelo.
sábado, 8 de septiembre de 2018
Daño colateral
Ahora mismo estas perras agruras que traigo me recuerdan que siempre que amo algo termina haciéndome sufrir, arrepintiéndome del haberlo hecho pero ¿qué es la vida si uno no hace lo que ama? ya sin importar el que te correspondan de la misma forma, porque ahora las personas son más efímeras que un suspiro y sus sentimientos se desvanecen al compás de sus conveniencias.
Entonces ahora que más da si me fumo uno o dos cigarros mientras recuerdo todos los momentos donde mi sonrisa me delataba y yo era la niña más feliz del mundo al tenerlo conmigo, que importa que mientras me bebo una copa de whisky encuentre su rostro dibujado en las gotas que caen del vaso, y mientras escucho la música a lo lejos, recuerdo lo bien que nos veíamos bailando al unisono, como si nuestras almas hubieran estado destinadas a encontrarse.
Vuelvo de entre los muertos y mi mente me traiciona recordándome que ya no soy yo la que le arropa cuando el frío densa y solo existían nuestros cuerpos para cobijarnos, indiscutiblemente su felicidad no era a mi lado, pero es tan difícil explicárselo a este terco corazón que aun (absurdo) piensa que volverá ya sin tanto embrollo, sin tantos peros, y todas esas tonterías que nos hacían discutir una y otra vez.
Y resulta tonto pero creo que mi cuerpo ha reaccionado a tanto agujero que dejó dentro de mi corazón, he tenido días malos y por más que intento que mi sonrisa se torne real, que mi mente ya no divague a la hora de ponerle rostro a mi felicidad, hay un sinfín de efectos colaterales que cedió al momento de marcharse, y por más que he intentado suturar cada herida, siempre hay algo que no me deja, y entonces termino por no tocar más esa parte de mi vida que aun a lo lejos duele.
Nuevamente me levanto dispuesta a todo y resulta de una manera distinta el olor a café nuevo, a césped recién podado, mis manos ahora han tocado el cielo y por fin empiezo a creer que por más vueltas que de la vida, siempre habrá personas, lugares nuevos, esperando por una nueva oportunidad.
La vida es eso que pasa mientras tu te quedas esperando que lo haga, me repito mil veces, al mismo tiempo que me quedo convencida que aunque volviera, ya no sería el mismo del que me enamore, es lo más cercano a un curita que me he puesto dentro.
Las marcas internas también son señal de todas las batallas que hemos podido superar a lo largo de nuestros días, y ¡que alivio!, lo importante es nunca salir igual que como te dejaron, pues ahí radica la importancia de nuestras lecciones.
Entonces ahora que más da si me fumo uno o dos cigarros mientras recuerdo todos los momentos donde mi sonrisa me delataba y yo era la niña más feliz del mundo al tenerlo conmigo, que importa que mientras me bebo una copa de whisky encuentre su rostro dibujado en las gotas que caen del vaso, y mientras escucho la música a lo lejos, recuerdo lo bien que nos veíamos bailando al unisono, como si nuestras almas hubieran estado destinadas a encontrarse.
Vuelvo de entre los muertos y mi mente me traiciona recordándome que ya no soy yo la que le arropa cuando el frío densa y solo existían nuestros cuerpos para cobijarnos, indiscutiblemente su felicidad no era a mi lado, pero es tan difícil explicárselo a este terco corazón que aun (absurdo) piensa que volverá ya sin tanto embrollo, sin tantos peros, y todas esas tonterías que nos hacían discutir una y otra vez.
Y resulta tonto pero creo que mi cuerpo ha reaccionado a tanto agujero que dejó dentro de mi corazón, he tenido días malos y por más que intento que mi sonrisa se torne real, que mi mente ya no divague a la hora de ponerle rostro a mi felicidad, hay un sinfín de efectos colaterales que cedió al momento de marcharse, y por más que he intentado suturar cada herida, siempre hay algo que no me deja, y entonces termino por no tocar más esa parte de mi vida que aun a lo lejos duele.
Nuevamente me levanto dispuesta a todo y resulta de una manera distinta el olor a café nuevo, a césped recién podado, mis manos ahora han tocado el cielo y por fin empiezo a creer que por más vueltas que de la vida, siempre habrá personas, lugares nuevos, esperando por una nueva oportunidad.
La vida es eso que pasa mientras tu te quedas esperando que lo haga, me repito mil veces, al mismo tiempo que me quedo convencida que aunque volviera, ya no sería el mismo del que me enamore, es lo más cercano a un curita que me he puesto dentro.
Las marcas internas también son señal de todas las batallas que hemos podido superar a lo largo de nuestros días, y ¡que alivio!, lo importante es nunca salir igual que como te dejaron, pues ahí radica la importancia de nuestras lecciones.
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