jueves, 2 de agosto de 2018

El frío

Yo quiero que el día esté nublado para ver las nubes danzar y a los amantes esconderse,
quiero cobijarme con el manto de mi ropa, sentir el calor que inunde mi alma,

ponerlo de pretexto para poder tomar de su mano, y porque no, un café juntos,
escuchar en las noticias que es la ocasión perfecta para quedarse en casa dentro de la cama 
envueltos uno encima de otro, con nuestras pijamas y la tv encendida, 
escuchando el murmullo de nuestros corazones, desvistiendo nuestras ansias al unisono
como quien ha encontrado de pronto nuevas ganas de sonreír, buenas oportunidades de conseguirlo.


El frío es perfecto para ver la vida correr y nuestros sentimientos desbordarse,
para tomar una bebida caliente y sentirte un poquito más cálido, para dejar volar nuestra imaginación y conseguir que nos tomen de la cintura y dibujen miles de formas particulares en torno a nosotros, que los colores grises combinen tan bien 
con nuestro estado de animo y ¿porque no? hasta permitirnos hacer un millón de mezclas en las que la vida nos resulte tan en calma.

Vacilando con la inquietud de la tarde y la tranquilidad de la noche, fumando un cigarrillo para calmar la ansiedad, el estrés y la monotonía, para recordar el porque la vida sigue siendo tan bonita  y sin embargo ahí estamos día a día tratando de complicarla tanto, de lamentarnos porque hoy no sentimos que nos regalara algo bueno, y sin embargo nuestros amigos esos que nunca nos dejan, hacen de todo por sacar una sonrisa, por inundarnos el corazón.

Estoy tan convencida de que el frío es el mejor clima que puede haber, por aquello de resguardarnos en nuestro lugar favorito, de tomarlo como pretexto para cocinar un postre y consentir a nuestro yo interior, para quemar recuerdos dentro de una chimenea y al mismo tiempo sentir el calor que emana, para no dormir temprano por contar cuentos y repartir besos, caricias, orgasmos y uno que otro suspiro.

Definitivamente lo más parecido a la felicidad es ver la lluvia caer mientras te arrullas y vas cerrando los ojos de a poco, abrazada de esa persona que merece tus noches y tus insomnios, y que cuentes galaxias enteras entre su espalda y el final de sus pies, quien te sepa leer de memoria y haga que tu también te reconozcas entre las sombras, y al amanecer, frente al espejo y entre la comisura de su sonrisa, en el aroma de su cuerpo y en el vaivén de sus pasos.

Ahora ya han pasado más de cien inviernos y tu corazón sigue intacto, tus pensamientos tocan fondo y los recuerdos dejan de doler al menos mientras escuchas tu canción favorita y bailas al compás de las notas, te descubres rosa y roja, amarilla y todos los colores posibles, pero ya no gris, esa tonalidad ha dejado de complementarte...




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