Enumeré las veces que he tocado el cielo con la punta de mi nariz
cuando a mitad de la noche mis ojos deambulaban como buscando
aquella vieja canción que hacía trizas mi corazón
o la brisa del mar que me arrullaba en una noche de verano
Y la de veces que me dejaron el alma rota y un millón de preguntas
cuando no sabía que había hecho mal o cual era mi fallo,
que en realidad nunca fue tan importante como cuidar de mi misma
sintiendo todo y nada al mismo tiempo, volteando sin saber a donde
Dibujando una silueta que ya poco se parecía a alguien,
era más como consuelo ante tanta adversidad que me iba sucediendo,
que dentro de tanto caos y hastió se volvía un consuelo
o algo en que creer siendo las 2 de la mañana sabiéndome fría
Sacudiendo aquella cajita musical para calmar un poco
esa tibieza que me caracterizaba entre otras muchas cosas;
como la ves que decidí enfrentar al espejo contando mis lunares
porque ya no había nadie más que lo hiciera, estrujando desde adentro
Que aun con tantos defectos podría amarrarme fuerte en esa marea
de sentimientos que cada vez pesaba menos y mojaba más,
tan irónico como mis piernas danzando al compás de la música
que se desprendía de ese cd viejo ya un poco rayado como mis recuerdos
Y sucedía que de tantos repasos que le daba a mis rasguños
empezaban a sangrar de nuevo para hacerse notar
siempre con la esperanza de que eso bastara para voltear la página,
continuar con mayor fuerza y sin miedo a la incertidumbre
Una tarde cualquiera el café volvía a tener el sabor que acostumbraba
y mis manos recibían el calor necesario para volver a escribir,
que de tantas veces intentándolo por fin sentía merecer el puto mundo
con todas sus idas y venidas, pero ya confiada en mi luz
Y un vino a las tantas de la noche con el cigarro a un lado
resultaba ser la mejor de las compañías
cuando el corazón buscaba urgentemente respuestas
y lo único que tenía para dar eran esas canciones de Sabina que sabían a gloria...
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