jueves, 29 de noviembre de 2018

Familia

Que tiempo tan tibio ese que no te hace feliz pero tampoco te limita a escuchar canciones tristes, o a dibujar sobre una ventana empañada un nombre cualquiera, ese en el que definitivamente las personas no ayudan a mantener tu alma calientita, ni tu cuerpo, cuando estas impaciente esperando que las manecillas del reloj por fin marquen lo que quieres ver, como si una parte de ti estuviera fuera de sí, con las personas o el lugar que siempre encuentras como hogar.

Somos parte de una rutina tan desgastante: la alarma, el café, los buenos días, el montón de abrigos que aún no logran mantener la temperatura dentro de ti, el camino diario hacia lo que has construido o no por tanto tiempo, las sonrisas forzadas, los mensajes que si logran la felicidad autentica, el maquillaje o rostro a cara limpia.

Es tan agotador que el transcurrir del día siempre sea esperar al termino del mismo, y entonces te imaginas recostada en tu cama con una taza de chocolate caliente viendo tu serie favorita con tu hermana y contando el pasar del día, que nunca son lo mismo aunque así parezca: pijama, pantuflas, los abrazos que curan y vuelven a la vida, la cena, el espacio que compartes con los tuyos; FELICIDAD.

He experimentado miles de emociones, pero ninguna como el abrazo de una bebe, el beso de una niña con sus ojos llenos de sueños, de alegría, los pasitos que va dando quien apenas empieza a descubrir el mundo, a veces con tropiezos pero siempre levantándose cual guerrera, y ¡Dios mio! ese amor que existe entre hermanas, jamas en el mundo habrá algo que se le pueda comparar: esa magia de cuando la miras y ambas saben lo que esta pasando, las noches llenas de secretos y risas.

Y entonces miro al cielo y agradezco a Dios por tantas y tan hermosas bendiciones que hasta ahora me ha permitido: MI FAMILIA, lo demás pasa a segundo plano siempre...



viernes, 16 de noviembre de 2018

Al final de la jornada

Llevo mucha ropa encima por aquello del frío, tantos recuerdos me han dejado también un poco exhausta y expuesta ante tanto espacio que se creó desde que él ya no, vacilando ante las adversidades encuentro exquisito el poder compartir con los míos algunos minutos de victoria, todo aquello que sin dudarlo me ha vuelto inquebrantable.

Al menos por un tiempo, después vuelvo a ser la misma niña temerosa que se escondía bajo aquel mueble ya viejo, esa que se mantenía calientita dentro de los brazos de su madre y reía a carcajadas con todos los juegos compartidos con mi mejor amiga desde siempre: mi hermana.

Y que bonito ¿no? poder presumir que toda tu vida ha transcurrido acompañada de la mejor que puede existir en el universo: mi más grande apoyo, mi alma gemela y muchísimas cosas más, cuando de repente tropezaba, era ella (y lo sigue siendo) la que me impulsa a seguir adelante.


Desde siempre he sabido no ser del mismo tipo de chicas que esperan que la salve "su príncipe azul" porque la vida se encargo desde muy pequeña de hacerme ver el valor del esfuerzo y del trabajo, tampoco estoy a años luz de la que espera poder encontrar el amor verdadero entre tanto que pasa ahora con el mundo.

Deseando que siempre haya un café al final de la jornada que compartir con alguna amiga o amigo que te haga la vida más bonita, la sonrisa más amplia y el corazón más cálido, o que de entre tantas salidas un día sin más deje de esperar encontrarlo por casualidad, ya con el alma más tranquila.

Todo esfuerzo por conseguirlo es nulo al momento de recordar, se vuelve la piel más fría, los ojos cristalinos, y un nudo en la garganta tan lleno de cosas sin decir, pero vamos ¿que le podrías decir a una persona que se fue cuando más la necesitabas?

Entonces lo único que queda es engañar nuevamente al tonto corazón y al cuerpo ¡NO! no lo necesitamos en nuestras noches cuando en la oscuridad tocas tu piel y te imaginas la suya como tantas veces, ¡NO! tampoco necesitamos esos besos y esa barba tan desaliñada como la forma de sus manos.
Siempre vuelvo a los lugares donde fuimos felices, a veces sin quererlo y otras más inconscientemente...


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Viejas emociones

Poder gritar todo lo que en ese momento se desbordaba desde mi interior, y sin embargo, opté por la peor de las cobardías: callar, me miraba como si tratara de entender cada silencio, y yo loca por su sonrisa sentía el rubor impregnado en todo mi rostro.

Fue en la noche, tiempo perfecto para que los amantes suelten uno que otro secreto que traen consigo con el pasar del día, como esperando que ese encuentro fortuito traiga consigo la tranquilidad de todo un día agotador (o toda una vida) dependiendo de que tanto haya transcurrido desde que las mentadas mariposas tocaron por última vez tu estomago, entonces lo recuerdas y lo vuelves a sentir.

Y con la simpleza de quien no lleva maquillaje, el cabello recogido y un sinfín de emociones desbordándose de entre los labios, cual chiquilla que apenas va descubriendo nuevos colores, texturas, siempre con la esperanza de que no se acabe todo esto que sin sospechar te re descubre vacilante.

Esa noche yo no era la misma chica que habría perdido la cabeza por el muchacho más popular que al fin la volteo a ver, porque ahora ya tenía el control de la situación (o al menos eso intentaba creer) cuando en medio del lugar volvía la mirada y seguía él mirándome, sin sospechar si quiera del bien que me hacía con tan solo estar cerca de mi, hablando de tonterías, absurdos que cada uno daba por sentado cuando lo único real ante todo, eran esas ganas de besarnos, de arrancarnos las entrañas con cada caricia que habíamos imaginado.

Ahora ya no se trataba solo de bailar o las sonrisas cómplices que anteriormente veníamos manejando, él me había confesado que desde antes merodeaba alrededor mío.
Decidí huir del lugar antes de que si quiera me pudiera invitar un trago o lo que se fuera dando, con la esperanza de un tal vez...